2024-04-19 [Num. 979]


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Columnistas  - Halajot en la Actualidad

Rav Daniel Shmuels

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Por Rav Daniel Shmuels
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Rav Daniel Shmuels nació en Bogotá, Colombia. Psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia, psicoanalista del Lacanian School of Psychoanalysis e hizo sus estudios rabínicos en el Rabbinical College of America. Fue First Assistant Rabbi para Ohev Shalom al igual que para el Chief Rabbinate of Florida. Fundador del Beit Din of South Florida, miembro de los Batei Din of America. Tradujo y editó el libro “Bienvenido al Judaísmo: Una Guía al Judaísmo Básico y la Conversión Judía Ortodoxa”. Actualmente es el Head Rabbi de la Keilá The Private Shul of South Florida.

Keilá y Halajá Comunidad y Ley

2017-06-06

Halaja

Cada una de las festividades bíblicas tiene un significado particular; no solo por su observancia Halájica, sino por lo que cada una de ellas representa en sí para la historia de nuestro pueblo. Shavuot, que acabamos de celebrar, no deja de ser la excepción. De cualquier forma, Shavuot tiene un aspecto único a diferencia de las demás; a saber, el hecho que la revelación en el Har Sinaí no fue exclusiva de Moshe Rabeinu sino que todo el pueblo de Israel oyó a Dios pronunciar los Diez Mandamientos; es decir, todos fuimos testigos que el Todopoderoso nos entregó la Torá. Pero, ¿qué importancia puede tener esto a diferencia que solo Moshe Rabeinu hubiera sido el único que la hubiera recibido? 

Es cierto que en Egipto todo el pueblo vio la furia de Dios cuando envió las Diez Plagas; sin embargo, en ese momento solo era Moisés quien tenía una comunicación directa con Dios; de hecho, los hijos de Israel y los egipcios tan solo fueron testigos de Su quehacer más no de una comunicación directa con ellos. Es debido a ello que estando en Egipto inferimos que el único Dios del universo, el Dios de Israel, se comunicaba con Moisés y por consiguiente seguíamos los estatutos que Moisés nos dijese, los cuales eran establecidos por Dios mismo; vale decir, Moisés era el intermediario entre Dios y los hijos de Israel. Así mismo, al salir de Egipto también vimos como Dios nos acompañó en una nube durante el día y en un pilar de fuego durante la noche; empero, seguíamos sin tener una comunicación directa con el Todopoderoso.

Es precisamente en Shavuot cuando Dios se dirige a todos los hijos de Israel para entregarles a ellos personalmente y a todas sus generaciones por venir Su eterna y sagrada Torá. De hecho, el Midrash nos enseña que todos estuvimos presentes en ese magnífico evento por cuanto todas las futuras almas judías por nacer también descendieron para estar presentes en tal acontecimiento. Es particularmente ese hecho el que marca la diferencia con cualquier otro evento dentro del judaísmo, el hecho que Dios se comunicó directamente con todos nosotros al decirnos los Diez Mandamientos; en ese instante, nos hizo testigos de ese imponente evento y nos involucró a todos en él, haciéndonos inherentemente partícipes de la piedra angular del judaísmo que es el recibir la Torá de los labios mismos del Creador. En ese momento surge la eterna interdependencia entre comunidad y Halajá. 

El hecho que Dios nos haya dado los Diez Mandamientos a todos implica un sentido de responsabilidad comunitario que no le compete solo al emisario sino a todo el pueblo, a toda la comunidad. No puede haber un cumplimiento de la Torá sin una comunidad, sin un pueblo, que se haga responsable del mismo. Es ese sentido comunitario e histórico el que nos anuda frente a la Torá como judíos. En otras palabras; nuestra sagrada Halajá, cuya base es la Torá, desfallece en el instante mismo donde no haya comunidad que la cumpla. 

En este punto no estoy hablando de individuos que se encuentran en un lugar remoto donde no hay comunidades judías. Precisamente estoy hablando de aquellos individuos satélites que viven donde hay comunidades judías pero que deciden por cualquier motivo no involucrarse en ella. Frente al evento de Shavuot no hubo un alma que se haya separado del pueblo, todos estuvimos presentes. Así mismo, todos debemos estar presentes en nuestras comunidades y todos debemos ser responsables por el cumplimiento de la Halajá. Aquí no hay excusas que valgan. La Torá se nos entregó a todos para que todos la llevemos a cabo, todos en comunidad, no cada uno disperso en su propio universo.

Es factible que la experiencia religiosa a nivel filosófico ser individual; empero, la vivencia religiosa exigida por la Halajá es totalmente comunitaria, esa es la Halajá. Todos oímos los Díez Mandamientos, todos en comunidad debemos cumplir la Halajá. Ese concepto contemporáneo del judío solitario a pesar de la existencia de comunidad va en contra del judaísmo y por ende de la Halajá. Si un individuo es soltero y no tiene familia que lo acompañe en su devenir como judío, es la responsabilidad de la comunidad acogerlo como su propia familia para que pueda vivir su judaísmo a plenitud. Esa es la base real que el pueblo de Israel es uno, es uno porque todos somos una familia, el individuo es uno con la Keilá y la Keilá es una con el individuo. Todos somos responsables unos de otros.

La Halajá nos exige santificar el nombre De Dios en público, leer la Torá en público, repetir la Amida en Shajarit, Minja y Musaf en público, recitar Kadish en público, recitar Birkat HaCohanim en público, entre otras tantas. Y, ¿a qué hace referencia en público? Se refiere a comunidad. En los casos mencionados, a un Minyian, un quórum de diez hombres mayores de edad que Halájicamente hacen las veces de comunidad. El que todos hayamos recibido la Torá directamente de Dios y no de un intermediario nos entrega ese sentido comunitario, esa unidad de pueblo y esa experiencia es fundamental dentro de nuestra vivencia como judíos. Entonces, ¿cómo se puede vivir un judaísmo pleno y verdadero sin comunidad? 

 

 



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