Ya nadie habla de Afganistán. Cuanto antes se borren los efectos del abandono de este pobre pero importante país de 40 millones de habitantes, mejor. La psicología estudia justamente que, ante una pérdida emocional, el ser humano trata de ocultarla. Lo mismo sucede con las naciones y las organizaciones internacionales. ¿Alguien se acuerda de los “niños de Biafra” (1967-1970)? Un millón de muertos por hambre. ¿Cómo es posible que los hermanos americanos, del norte y del sur, permitan que en Venezuela un miserable dictador mate por inanición a millones de personas? Inadmisible. ¿Quién recordaba hasta ahora que durante 80 años (1941) un simple montículo cubría a los 70.000 judíos fusilados y enterrados por los nazis en Babi Yar (Ucrania)? Solo fueron acompañados más adelante por el desgarrador poema de Yevgueni Yevtushenko y la imponente Sinfonía No 13 de Dimitri Shostakóvich.
Abandonar significa desamparar a una persona, a varias o a muchas, como lo han hecho con los afganos, permitiendo reconvertir a Afganistán en una inmensa cárcel y creando a sus habitantes una angustia existencial. También ha implicado dejar cosas a los terroristas, en especial armamento sofisticado muy peligroso en sus manos, luego de haber proyectado y emprendido un intento de cambio cultural. Asimismo ha significado relegar fundamentales intereses geopolíticos ante las grandes potencias del Norte como Rusia, y del Este como China. Y ahora, con atención y sorpresa, hemos observado cómo EE.UU, Europa y la OTAN han desprotegido y entregado un país vulnerable, el Pueblo Afgano, a los peores enemigos de ellos y de la humanidad: los Talibanes, Al Qaeda. Emirato Islámico del ISIS y todos sus secuaces.
Estas reflexiones nos conducen a una reconsideración de la actual situación geoestratégica en el Cercano y Medio Oriente. Es lo que los analistas denominan el “rethinking”, o sea repensar y “¿Qué Hacer?”, como escribía V. I. Lenin. Países como Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Jordania y otros países musulmanes sunitas, así como el Estado de Israel, están confrontados con la Media Luna chiita compuesta por la teocrática Irán, parte de Irak, la fallida Siria y la terrorista Hezbollah del Líbano: el “Imperio del Mal”. El paragua protector que representaban los EE.UU y Occidente contra dicho Imperio ideológico-teocrático se ha convertido en un gran signo de interrogación. ¿Podrán abandonar también a sus aliados geopolíticos de la región?
El mensaje para los israelíes es bien claro. Gobierne quien gobierne Israel deberá estar siempre por delante en todas las áreas estratégicas, tácticas, tecnológicas y militares. Vladimir Putin elevó además, para su presidencia en Rusia (año 2.000), 3 objetivos: inteligencia (FSB), seguridad (Policía) y justicia (Corte) (Frédéric Pons). Israel los tiene y son muy buenos. Pero lamentablemente no podrá dormirse nunca (el precio pagado fue de más de mil terroristas liberados) ni sobreestimarse jamás (muy elevados costos en la Guerra del Kipur y en Líbano II). El Estado de Israel es el único del mundo que podrá perder una batalla, pero nunca una guerra.
El ruin abandono de Afganistán, por parte de EE.UU y Occidente, le otorgó al islamismo radical otro fundamental y gratuito triunfo en el marco de la “Guerra contra el Terrorismo Islámico”, fundamentado por Samuel Huntington en su libro “Choque de Civilizaciones”. El 1er triunfo territorial fue del terrorismo chiita en 1979 cuando el Presidente Carter abandonó al Shá de Persia, fiel aliado de Occidente. El 2º triunfo territorial, esta vez sunita, sucedió en 1989 cuando los muyahidines de Afganistán expulsaron a los soviéticos. Y la 3ª victoria territorial, esta vez de los talibanes, Al Qaeda y el ISIS del Estado Islámico, la obtuvieron sin luchar; gratis.
