2025-10-16 [Num. 1057]


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Artículos  - Israel y Sionismo

Hanny Epelboim

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Por Hanny Epelboim
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Reencuentro con Eretz Israel en 2025

2025-10-13

Israel land

Hice Aliá en enero de 2004, después de haber terminado mis estudios universitarios, llegué al Merkaz Klitá de Jerusalén “Ulpán Etzión”, reservado a Olim del mundo entero con un primer diploma de estudios superiores. En aquel año había una enorme cantidad de Olim de Argentina, al igual que muchos de países de habla rusa. Colombianos sólo éramos dos.

El primer año estudié hebreo, hice la clase Alef del Ulpán en Etzión, la clase Bet en el Ulpán Gordon en Tel Aviv, y el Ulpán Guimel en la Universidad de Tel Aviv. Habiendo trabajado en el Centro Colombo Americano como profesora de inglés de niños y adolescentes en Bogotá, pensé que encontrar un trabajo como profesora sería posible, más al no ser nativa del inglés, no me fue posible postular.

Conseguí trabajo como asistente de la directora de la OLEI Tel Aviv, la señora Milka Grozs, trabajé con ella seis meses actualizando la base de datos de Olim de habla hispana radicados en Tel Aviv y construí un lazo con ella que duró todos los años que viví en Israel.

Conocí un israelí que estudiaba cine y preparaba para su proyecto de grado un cortometraje sobre la historia de su hermano, quien había llegado a Israel contando que se había hecho una novia en Colombia y meses después la novia llegó a visitarlo para nunca más partir. Este israelí me habló del lugar donde había estudiado español, el Majón Le Yedidud América, y allí logré trabajar como profesora de conversación del español para israelíes. Ese fue mi primer año en Israel. 

Lo más sorprendente al llegar a Israel, fue sentirme en Estados Unidos. Las calles estaban tan limpias en Jerusalén, todo era tan bonito, tan colorido, no había indigentes en las calles, solo personas del mundo entero por todas partes e historia viva por doquier. Cuando tuve la oportunidad de visitar el Kibbutz donde viven los familiares de mi papá, el Kibbutz Ein Dor entre Afula y Tiberia, estuve muy enternecida con ver lo que yo entendí como el mundo ideal.

Había pasado una temporada corta en Cuba después de terminar el bachillerato, pero había quedado muy decepcionada de ver tanta pobreza y gente sin sueños y sin futuro. En el Kibbutz Ein Dor encontré que la repartición igualitaria era posible, había comida para todos, médico para todos, estudio para todos, casa para todos y trabajo para todos, eran como una gran familia donde no había lujos ni jerarquías, sólo naturaleza, fraternidad y bienestar.

Mi recorrido en Israel fue largo y me llevó a ensayarme en áreas laborales que desconocía y como siempre había sido voluntaria, en Israel descubrí la ONG “La Escuelita”, dirigida por un colombiano, la cual enseña español y cultura latinoamericana a los niños hijos de trabajadores extranjeros en Israel.

En una fiesta nacional de Colombia (20 de julio), tuve la oportunidad de conocer al Cónsul de Colombia de ese momento, quien me dio su tarjeta y también me pidió acercarme al Consulado para registrarme como colombiana viviendo en Israel. Nunca lo hice porque lo olvidé seguramente, pero para mi gran sorpresa un viernes por la mañana recibí una llamada del Cónsul que me citaba al Consulado para una oferta de trabajo. En realidad, la asistente del Consulado estaba al final de su carrera y al Cónsul le interesaba mi perfil para retomar ese puesto. 

Pensé que finalmente había ido a Israel a cambiar mi vida y por qué no aprovechar esa oportunidad que se me presentaba, así nunca me hubiera planteado trabajar para una oficina del gobierno colombiano ni me sintiera capacitada para desempeñarme correctamente. El Cónsul me aseguró que con mi formación de antropóloga que tenía y los idiomas que hablaba, podría desempeñarme correctamente, así que acepté la proposición. Seis años trabajé para la Cancillería colombiana y fue una experiencia maravillosa, enriquecedora y que me hizo crecer como persona y como profesional a muchos niveles. 

El amor se cruzó por mi camino, y decidí irme de Israel en el año 2010, detrás de un francés a quien conocí en Tel Aviv y con quien creí que podía realizar mi sueño de fundar una familia. Con mi esposo he recorrido muchos países, especialmente países africanos, debido a su trabajo, y nunca regresé a Israel. Este año, sin embargo, viviendo en Colombia donde decidí radicarme el verano del año pasado, he sentido miedo de las noticias, de la posición del presidente actual con respecto a la comunidad judía colombiana, de sus alianzas peligrosas con países que detestan a los judíos y a Israel y con el creciente fanatismo de la gente por su mandato. 

Decidí que era hora de renovar mi pasaporte israelí, que llevaba años vencido, me encontré con que debía volver a Israel para poder acceder de nuevo a un pasaporte de 10 años, podían darme un pasaporte temporal para ir y volver. Por cuestiones de la guerra actual, no pude viajar el año pasado, pero pude finalmente en verano de este año hacer el viaje al menos a Tel Aviv. 

En el vuelo Entebbe-Tel Aviv se acumulaban recuerdos en mi cabeza, me sentía ansiosa y emocionada, y finalmente llegué. Al entrar ahora sólo se pasa el pasaporte por una maquinita si eres israelí y tienes pasaporte biométrico, como no tengo me fui a hacer fila con los chinos, filipinos, tailandeses, etc. que vienen a trabajar a Israel. De la fila me sacó el agente de inmigración con un ¿“ma at osá po?” (¿Usted qué hace aquí?) y yo comencé a explicar “soy israelí pero no vine hace muchos años… blablablá”, “beseder, beseder, evanti” (de acuerdo, de acuerdo, entendí), me respondió el agente, me dio un ticket con un sello y con la mano me dijo de irme y no quitarle más tiempo jajaja.

Al querer pasar mi pasaporte por la máquina obviamente no podía entonces una agente me indicó salir por la salida para personas en sillas de ruedas donde había otro agente, a quien de nuevo le expliqué la situación, “bienvenida a casa” me dijo el agente, que debía tener unos 60 años y tenía un aire de abuelito dulce. Ouaou, bienvenida a casa, no me esperaba esa dulzura de nuevo, los israelíes pueden a veces ser tan duros, pero luego son súper maternales, era algo que había olvidado. 

Fui a mi hotel a descansar, y la mañana siguiente salí a caminar por las calles de Tel Aviv, buscar dónde cambiar dólares y ver cómo podía obtener una cita para Mizrad Hapnim. Me quedé sorprendida al ver construcción por todas partes, y luego me explicaron que se trata de la obra de construcción de la “rakevet kalá”, un tren ultra rápido con el que se podrá desplazarse más rápidamente y sin contaminar el medio ambiente. Luego llegué a Ramat Gan, donde vive una tía, y ahí me quedé con el corazón roto viendo cómo quedó Ramat Gan (donde yo vivía también) después de los misiles que lanzó Irán. 

La visita al Shuk Ha Carmel también fue bastante impactante porque vi lo que nunca había visto en Israel: indigentes. Indigentes durmiendo en el piso, con el sol tan fuerte que hace ahora (la temperatura en verano cambió de 35C a 40C), y ellos durmiendo en el piso, rodeados de moscas, me dolió el alma, ¿quiénes son esas personas? Pregunté a varios amigos, ya se les hacía tan normal que no recordaban que en Tel Aviv no había indigentes.

En mi época había Olim rusos alcohólicos que en las mañanas amanecían en algún banco de parque, pero estaban bien vestidos y seguro tenían algún trabajo, sólo no habían nunca aprendido hebreo y se deprimían de tener que trabajar en limpieza o construcción cuando eran músicos, dentistas, etc. Estos nuevos habitantes de la calle son israelíes que perdieron todo durante la pandemia, según me dijeron mis amigos, mucha gente se quedó sin trabajo, muchas familias se desintegraron al no tener ingresos, muchos hombres cayeron en el alcohol y finalmente en la indigencia. 

Me impactó también entrar al Dizengoff Center donde antes había las mejores tiendas y parecía cualquier Mall de Miami. Ahora los locales vacíos tienen avisos de “se arrienda”, algunos locales siguen en funcionamiento, pero los vendedores no son más israelíes sino filipinos, tailandeses, etc., trabajadores extranjeros, en Castro por ejemplo me atendió una vendedora filipina. También los técnicos y aseadores son trabajadores extranjeros, muchos africanos, también trabajadores extranjeros, no etíopes/israelíes.

En Dizengoff Center decidieron vender frutas y verduras al interior del centro comercial, supongo para aprovechar el espacio, creo que el hecho de no poder transitar por la construcción de la rakevet kalá, sumado al efecto post-pandemia, acabó con los comercios.

¿Cuándo te regresas a Israel? ¿Cuándo vamos a conocer a tus hijos? Me preguntaron mis amigos. Nunca me lo había planteado, pensé que me había ido de Israel para nunca más volver, pero creo que me había olvidado de que en esas calles dejé un pedacito de mi corazón, que todavía está allá, en la sonrisa de los israelíes cuando están de buen humor, en los amigos Olim como yo, que construyeron una nueva vida desde cero, y en ese deseo de ser una gran familia que se apoya y se sostiene a pesar de que el mundo entero quiere convencerse de que somos el enemigo. 



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