El 24 de agosto pasado J. L. Borges, el gran escritor y poeta universal, hubiera cumplido 126 años. Hoy descansa en la plenitud de su inmortalidad y trascendencia.
Durante casi dos años, luego de su ciclo como director de la Biblioteca Nacional, aceptó la invitación de su colega y amigo, el también gran escritor Bernardo Ezequiel Koremblit, de escribir en su despacho ubicado en la sede de la Sociedad Hebraica Argentina donde ha desarrollado muchos de sus brillantes trabajos.
Cuenta Koremblit que durante la “Guerra de los 6 Días” Borges se presentó emocionado y preocupado preguntándole: “¡¡¡Dime Bernardo, estoy angustiado!!! ¿Qué puedo hacer por Israel?”. Koremblit lo mira y le dice: “Lo mejor que puedes hacer es escribir un poema”.
De inmediato Borges se sentó y comenzó a escribir:
“¿Quién me dirá si estás en el perdido
laberinto de ríos seculares
de mi sangre, Israel?
Salve, Israel, que guardas la muralla
de Dios, en la pasión de tu batalla”.
Una vez finalizada la guerra, pasada una semana, elabora un nuevo poema coronando la victoria israelí.
“Un hombre condenado a ser el escarnio,
la abominación, el judío,
un hombre lapidado, incendiado
y ahogado en cámaras letales,
un hombre que se obstina en ser inmortal
y que ahora ha vuelto a su batalla,
a la violenta luz de la victoria,
hermoso como un león al mediodía”.
En 1969 visita Israel invitado por el Gobierno y luego nos brinda nuevos versos en su más fiel estilo borgeano.
“Serás un israelí, serás un soldado,
edificarás la patria con ciénagas; la levantarás con desiertos.
Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca.
Una sola cosa te prometemos:
tu puesto en la batalla”.
Conocemos innumerables injusticias, pero una de las más grandes de los Premios Nobel es el no haber otorgado el más justo a la pluma de éste talentoso creador.