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El libelo o calumnia de sangre

Por: León Celnik

Los pogroms y las fiestas del santo niño de la guardia

Todos los años, del 23 al 28 de noviembre, se celebran en La Guardia (Toledo), España, las coloridas fiestas en honor al Santo Niño de La Guardia, aprobadas por el Papa Pio VII en 1805.

El presunto “Sacrificio del Santo Niño de La Guardia”, cuyo cadáver jamás apareció, ni se conoció con certeza su nombre ni familia, se refiere a la “crucifixión y extracción de su sangre y corazón por los judíos para utilizarlos en la fabricación de la matzá (pan ácimo) en conmemoración de la fiesta de Pesaj, el fin de la esclavitud y salida de los hebreos de Egipto”. Esta hipotética historia está basada en un escrito del fraile Alonso de Espina, de 1449, en el cual acusaba de horrendos crímenes a los judíos, entre otros, los de crucificar y desangrar niños para obtener su fluido vital, con este caso incluido. Puede verse adjunto a este artículo en un grabado de la época, a un judío arrancándole el corazón al Niño de La Guardia crucificado, para entregárselo a otro judío. Pero no fue sino hasta 1490 que la Inquisición, logrando confesiones mediante la tortura, llevó a varios judíos y conversos a ser condenados a muerte en la hoguera por este imaginario delito, aparentemente cometido 40 años antes. La leyenda del “Niño de La Guardia” recién fue dada a conocer en el año 1583, casi 150 años después, por el fraile Rodrigo de Yepes en su libro “Historia de la Muerte y Glorioso Martirio del Santo Inocente que llaman de Laguardia”.

Este y otros casos similares poco documentados, actuaron como uno de los principales detonantes para la expulsión de los judíos de España el 31 de marzo de 1492 con el Edicto de Granada, rubricado por los Reyes Católicos. Como dato curioso, el mismo tan solo fue derogado oficialmente hasta diciembre de 1969 por el General Francisco Franco. 

En 1095 el Papa Urbano II predicó y urgió la iniciación de las Cruzadas, cuya intención original era la de recuperar para la iglesia la Tierra Santa, reconquistar Jerusalén de manos de los turcos Seléucidas y difundir la fe cristiana, al tiempo que trataban de aprovechar para, por qué no, ampliar dominios territoriales y rutas comerciales, lo que conllevó a despojar y pasar por las armas a cuanto no-cristiano encontrasen en su camino. Obviamente los judíos eran su mejor chivo expiatorio. Maliciosamente designados como “el pecaminoso pueblo deicida” de quienes se decía, cometían periódica y ritualmente Libelos de Sangre contra niños cristianos. ¿Qué mejor “trofeo” para su causa? ¿Y, por cierto, con beneficios adicionales? Como consecuencia de esto, una gran cantidad de hebreos, junto con otros pobladores no cristianos, fueron asaltados, despojados de tierras y pertenencias y asesinados. Las Cruzadas terminaron hacia fines del s. XIII oficialmente, aunque sus secuelas antisemitas continuaron por varios siglos más, de hecho, siguen vigentes, con matices diferentes pero el mismo fin. 

Y no podemos pasar por alto las masacres a comunidades judías enteras, acusadas de ocasionar la epidemia de la Peste Negra, realmente originada en Asia Central y traída a Europa por los comerciantes del “Camino de la Seda” en el s. XIV, nutrida y reforzada por la falta de sanidad generalizada entre la población, con un total de 350 pogroms, (persecución, vandalismo, desalojo y asesinato de judíos por parte de la población civil, con el beneplácito de las autoridades) por todo el continente, en los que no faltaron acusaciones de libelos, supuestamente utilizados por esos, para protegerse del mal y además el envenenamiento de los pozos de agua. Además de lo anterior, la razón esgrimida para acusarlos era por su supuesta inmunidad a la enfermedad, que en realidad se debió a que los judíos en pocas ocasiones fueron contagiados por esta. Las causas verdaderas eran lógicas: primero, por su aislamiento, ya que, obligados por las autoridades a vivir encerrados en guetos, tenían restringido el contacto físico con la población no-judía y segundo, las leyes de kosher (kashrut), los códigos dietéticos judíos (mayormente) y la observancia estricta de las normas sanitarias e higiénicas prescritas por la ley hebraica, algo prácticamente desconocido por la población gentil de la época.

Evidentemente la Inquisición no fue debida específicamente a los Libelos de Sangre, pero se sustentó en estos para condenar a muchos judíos y conversos al encierro en mazmorras, la siniestra tortura y posterior ejecución en la hoguera. Creada a fines del s. XII. Para combatir la herejía contra la fe cristiana, no fue especialmente insidiosa sino hasta alcanzar su mayor nivel de infamia en el s. XV, en los reinos de Castilla y Aragón, extendida luego a todo el territorio conquistado por España y Portugal, las Américas y al mismo tiempo el resto de la Europa cristiana. Como dato curioso, la última Inquisición, llamada Romana o Congregación del Santo Oficio, fue abolida oficialmente recién en el año 1965 por el papa Paulo VI, cambiándole el nombre por Congregación para la Doctrina de la Fe. Luego, en junio de 2004, el papa Juan Pablo II pidió perdón por los horrores de la Inquisición, aunque sin mencionar específicamente a los judíos, complementando su carta del año 2000 en la que pedía perdón “por los errores en el servicio a la verdad usando métodos que no tienen nada que ver con el Evangelio”.

El objetivo principal de la Inquisición Española durante el reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los Reyes Católicos, título que obtuvieron de parte del papa Sixto IV otorgado precisamente por esta gestión, era la unificación y purificación religiosa de las Españas y que debía ser aplicable en todos los territorios y países cristianos, ordenado por este mismo papa, para deshacerse de los “herejes no-cristianos”, los judíos y musulmanes, pero especialmente de los judíos conversos o cristianos nuevos, a los que, por razones económicas principalmente, por lo general por delación de acreedores que no podían o no querían pagar sus deudas y a quienes posteriormente se les entregaba buena parte de las posesiones del condenado, se les acusaba de ser judaizantes o practicantes furtivos de su fe judaica, mientras por fuera pretendían ser católicos. Indudablemente esto ocurrió, pero no todos los que juzgaron, torturaron y ejecutaron fueron realmente apóstatas, ni todos los que siguieron ejerciendo clandestinamente su religión nativa dejaron de hacerlo, aunque con el transcurrir del tiempo y pasadas las generaciones, la inmensa mayoría terminó adoptando la fe cristiana, olvidando su ancestro.

¿Pero, cómo y dónde nació la idea de la más despreciable y perversa de las calumnias contra el pueblo judío, el Libelo de Sangre?

Hacia principios del s. I E.C el egipcio/griego Apion, refutado por Flavio Josefo en su libro “Contra Apion”, infundadamente afirmaba que los judíos inmolaban niños griegos en sus templos para comérselos, en lo que puede caracterizarse por ser la primera “Calumnia o Libelo de Sangre”. Pero no fue sino hasta el año 1144, en Inglaterra, que a los judíos que habitaban en Norwich, se les acusó oficialmente del apuñalamiento litúrgico del niño conocido como William de Norwich para extraer sus órganos y sangre y ser utilizados en la elaboración de la matzá, caso que nunca se pudo evidenciar; tiempo después, otro evento similar ocurrió con el chiquillo Hugh de Lincoln. En 1189 y como consecuencia de esos rumores, rencillas y envidias personales, generalmente originadas en mitos urbanos, Ricardo I de Inglaterra, denominado Corazón de León, prohibió la presencia de judíos en su coronación, previa a su partida hacia las Cruzadas. A pesar de ello y tratando de ganar la buena voluntad del nuevo rey, de quien se decía era un hombre bueno y noble, una delegación de estos asistió con regalos para el nuevo monarca. Una vez iniciadas las ceremonias, fueron sujetados por los asistentes quienes les desnudaron, flagelaron y finalmente asesinaron ya que supuestamente, el rey había ordenado matar a todos los judíos. Como consecuencia, enseguida la población de Londres inició saqueos contra sus bienes e inmuebles y se completó con una masacre en la que murió buena parte de los ciudadanos hebreos de esa ciudad, quizá el primer pogrom registrado por la historia. Aunque el rey, presionado por la propia jerarquía eclesiástica, decretó más tarde que no se molestara más a estos, unos meses después, la misma carnicería ocurrió en York. 100 años después, los judíos fueron expulsados de Inglaterra y no se les permitió regresar sino hasta el s. XVII, 500 años después.

A partir de entonces, otros “Libelos de Sangre” y subsiguientes pogroms fueron registrados a lo largo y ancho de la Europa cristiana: en Bélgica, España, Inglaterra nuevamente, 2 veces en Alemania, Alsacia, Suiza, Tirol, Trentino y luego el acaecido antes del año 1490, el citado evento del Santo Niño de La Guardia. Después de esa fecha y hasta hace tan solo 70 años continuaron ocurriendo, 3 veces en Hungría, Siria, Bohemia y Rusia, con sus consecuentes masacres de la población judía local y luego en el año 1946 en Polonia, ya finalizada la 2GM y con ella la Shoa (Holocausto Nazi), lo que ocasionó el pogrom de Kielce en el cual fueron asesinados por soldados y habitantes polacos del lugar, 42 hombres, mujeres y niños, además de dejar numerosos heridos, judíos que habían logrado sobrevivir a los campos de la muerte nazis y resuelto regresar a sus hogares nativos para iniciar una nueva vida, con la convicción de que el ancestral odio antisemita había finalizado con la guerra. Otros pogroms contra comunidades judías enteras han ocurrido desde inicios del s. XX: Hebrón, 1929, 67 judíos asesinados; Trípoli 1945, 140 judíos muertos; Alepo, 10.000 judíos residentes desplazados de sus hogares, sin contar los desterramientos forzosos desde la mayoría de los países árabes a partir del establecimiento del Estado de Israel, en 1948. 

Desde entonces, no ha faltado, casi anualmente, quien recurra al infausto mito del “Libelo de Sangre” para descargar y diseminar su odio antisemita, principalmente por parte de algunos líderes árabes fundamentalistas y particularmente palestinos, tantos que no alcanzarían varias hojas para enumerarlos. Todavía resuenan las palabras que, en el 2013, la señora Hanan Ashrawi, importante y carismática legisladora palestina, escribió en un artículo publicado por la ONG que ella lidera, en el que criticó al entonces presidente Obama por participar en la celebración de Pesaj en la Casa Blanca, “recordándole” que si acaso él ¿no conocía la relación entre esta ceremonia y la sangre cristiana o con los “rituales judíos de sangre” asociados a dicha conmemoración? Por diplomacia y con posterioridad, el mismo periódico presentó excusas por su publicación.

Pues bien, volvemos al inicio de este escrito con el Libelo de Sangre del “Santo Niño de La Guardia” y el lector me disculpará por haberme extendido en temas aparentemente inconexos, cuando en realidad todo está vinculado de una u otra manera a esta desgraciada expresión del antisemitismo, bien como causa o como efecto.

¿Cómo se explica uno que un evento de tal naturaleza, producto del odio pérfido y ancestral y sin ningún piso argumental, motivó que tantos seres humanos, gente como cualquier otra, solo por el hecho de tener un credo diferente, fuera tan vil y brutalmente torturada, desterrada o asesinada? ¿Cómo se puede celebrar alegremente, aun hoy en día, casi 600 años después, un evento sobre un crimen que nunca se probó, obviamente generador de una duda razonable y que muy probablemente jamás existió, pero que se pagó con la vida de tanta gente inocente?

Notas:

  1. Cualquier concepto expresado por el autor es de su propia responsabilidad.
  2. Todas las imágenes que acompañan este artículo son de Dominio Público. 
  3. Los datos e información incluidos en este texto provienen de diversas fuentes, entre escritos y diarios de reconocida seriedad.