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De Saúl a Núremberg

Por: David Alejandro Rosenthal

El Dios de Israel da a su pueblo un rey, pues Israel quería ser como las demás naciones y tener un rey. A ese rey primero se le conoce con el nombre de Saúl, que significa en hebreo deseado o implorado, pues correspondía a estos adjetivos. Es el profeta Samuel quien se encargó de dar los designios del Eterno y ungir a Saúl como rey de los israelitas. Sin embargo, el reinado de Saúl no se prolonga y más bien, luego de un par de décadas, será reemplazado por David, el menor de los hijos de Isaí, que paso de ser pastor a guerrero y al final el rey más celebre de Israel, y más allá de eso, una de las figuras más importantes de la historia, y de quien específicamente descenderá el tan esperado Mesías de Israel. Asimismo, para el cristianismo, efectivamente; David es ancestro de Jesús, el nazareno.

Pues bien, Saúl, que entiende será reemplazado, y logra entender que será por su siervo David, que además es como un hermano más de su hijo Jonathan y además esposo de su hija Mical. Pero, hay un hecho bastante interesante, y es el episodio en el que el rey Saúl ya no será el elegido por Dios, y el mismo profeta Samuel que lo había ungido, se lo hace saber. Cuando la profecía se hizo a través del profeta, este le hace saber al rey las peticiones del jefe Supremo, y estas son claras, el resultado de la guerra contra los amalecitas o amalequitas, enemigos históricos de Israel, debe ser su destrucción total, por designio divino.

Dice Deuteronomio 25:19: “Por eso, cuando el Señor tu Dios te dé la victoria sobre todas las naciones enemigas que rodean la tierra que él te da como herencia, borrarás para siempre el recuerdo de los descendientes de Amalec. ¡No lo olvides!”.

Contrario a esto, Saúl perdono a Agag, rey de los amalequitas. Aun cuando Saúl había ganado ya varias batallas contra las 7 naciones enemigas de Israel. Esta contra los amalequitas era decisiva como una guerra santa, pues los amalequitas eran perversos y además tenían como fin la destrucción del pueblo de Yaacov, rescatado por Moisés de los egipcios, y luego reconquistado Canaán bajo la dirección de Josué. Canaán, es decir, Israel, la tierra que fuera prometida por Dios al primer hebreo, el patriarca Abraham.

Saúl por culpa de su testarudez, perdió su reino. Aunque no acabó con la vida de Agag y tampoco con la del ganado, que también debía ser destruido, pues los amalequitas eran brujos y podían convertirse en animales, el profeta del Eterno cumplió con la orden divina y dio fin a lo que Saúl no.

No obstante, el hijo de Agag logró huir, indultado por Saúl, y siglos después, en el imperio persa aqueménida, su descendiente, el hijo de Hamedata, Hamán, convertido en primer ministro, decretó de forma arbitraria y reprochable, que todos los judíos del reino, de norte a sur, y de este a oeste, debían ser exterminados. Pese a esto, Ester, considerada como la mujer más bella del reino, perteneciente a la tribu de Benjamin (al igual que Saúl), se convirtió en reina, al ser desposada por el rey Jerjes I, conocido también como Asuero o Ajashverosh por la tradición hebrea. El rey nunca supo que Ester era judía, hasta que ella lo confeso junto con su primo Mardoqueo, que además la había criado, pues Ester había quedado huérfana. Así las cosas, Ester intercedió ante el rey, para que eliminara el decreto que tenía como fin la desaparición de los judíos.

Hamán fue colgado en la horca que le había preparado a Mardoqueo, a quien odiaba por ser judío y no haberse prosternado ante él. Junto con Hamán, fueron colgados sus diez hijos: Parsandata, Dalfón, Aspata, Porata, Adalías, Aridata, Parmasta, Arisai, Aridai y Vaizata.

Siglos después, se levantaría un nuevo Hamán, correspondiendo al nombre de Adolfo Hitler, que al igual que su predecesor, no logró acabar con el pueblo judío.

Resulta no coincidente sino reiterante, que en los juicios de Núremberg se decretó que fuesen ejecutados por ahorcamiento diez destacados miembros de la dirección política y militar de la Alemania nazi: Hans Frank, Wilhelm Frick, Alfred Jodl, Ernst Kaltenbrunner, Wilhelm Keitel, Joachim von Ribbentrop, Alfred Rosenberg, Fritz Sauckel, Arthur Seyss-Inquart, y Julius Streicher.