Imprímeme

Shabat en la India – Nueva Delhi

Por: Rabino Eliahu Birnbaum

El Shabat en el que se leyó la porción de Jaiei Sará, lo pasé en la ciudad de Nueva Delhi capital de la India. Tal como es ampliamente sabido, la India es un destino turístico preferencial para muchos israelíes de todas las edades, y si bien se trata de un sitio conocido, de todas maneras intentaré describir mis impresiones personales del país en general, de los israelíes que lo visitan y muy particularmente del Shabat especial que pasé en el subcontinente indio el cual estuvo “más allá del tiempo y del espacio”. Hay quienes identifican a la India como “el Shabat de Occidente” y por lo tanto un Shabat judío en este país tiene un sabor especial. 

La India es un país enorme y Nueva Delhi es una "gran urbe de Dios". Por lo tanto, el viernes busqué y hallé un hotel donde pernoctar en el área del “Main Bazar” (la calle central del mercado) cercano al “Beit Jabad” local. La experiencia de alojarme en medio del “Main Bazar” fue sin duda muy singular y todos aquellos que conocen el sitio habrán de coincidir conmigo en lo bullicioso que este resulta, empero la necesidad de estar cerca de la sinagoga y de las comidas sabáticas primaron por sobre la necesidad de procurar un mejor hotel que se encuentre en un entorno más calmo. 

El Shabat por la noche caminé los doscientos metros que separan el hotel del “Beit Jabad”. Me abrí paso entre miles de personas, rikshaws, automóviles y vendedores. Por las calles se podía oír saludos en hebreo tales como “¡Shalom Ají!” (“Shalom hermano”), “¿Más Nishmá?” (“¿Qué tal?”), “Shabat Shalom javer” (“Shabat Shalom amigo”), “¡Bó hena jamud!” (“Ven aquí querido”), “Sababa ají” (“Todo ok hermano”) y otros saludos hebreos varios que los comerciantes hindúes aprendieron de los mochileros israelíes. De no haber olido los aromas de la India que emanaban de ese mercado podría haber pensado que me encontraba en un curso de entrenamiento del ejército de Israel o en el Shuk Hacarmel de Tel Aviv. 

Muy probablemente no fue casualidad que pasase ese Shabat en la India ya que en la porción de la Torá correspondiente leímos el primer versículo que vincula a los judíos con ese país: “Y Abraham, en vida, otorgó presentes a los hijos de las concubinas y los alejó de su hijo Itzjak enviándolos al este a la tierra del oriente”. 

Menashé ben Israel (1604-1657) escribió en su libro “Nishmat Jaím” (4:21) que según el libro del Zohar (I 133:2) “las tierras del oriente” se refiere a la India, lugar al que arribaron los hijos de las concubinas. Antes de partir, Abraham les entregó nombres por medio de los cuales mantuvieron su estatus y fueron bendecidos. Al llegar al oriente hace ya unos 3700 años se tornaron preponderantes entre los habitantes de la región y obraron maravillas por medio de los nombres que Abraham les había entregado. De acuerdo con la leyenda, ellos fueron quienes establecieron las divisiones de clase y las castas, posicionándose en la cúspide de la pirámide social y disponiendo que los miembros de los grupos inferiores realicen labores de servicio para ellos. De aquí el nombre de la superior de las castas hindúes, los cuales son denominados “brahmanes” derivado del vocablo “Brahma” o sea, Abraham.  En efecto, hasta la fecha existen creencias y fundamentos filosóficos brahmanes que resultan similares a los de nuestro patriarca Abraham. Tras caminar unos minutos por el bullicioso y colorido mercado llegué finalmente al Beit Jabad.

Es increíble constatar cómo unos pocos escalones separan entre el bazar y el mundo hindú del entorno judío e israelí tan conocido para el viajero israelí en general y el observante en particular. Una foto grande y sonriente del Rebe de Lubavitch recibe a todos aquellos que ingresan con una cordial bienvenida. En el Beit Jabad funciona un restaurante que sirve un menú israelí emblemático, milanesa con ensalada israelí picada en trozos diminutos para que todos se sientan en casa. Sobre el Arca Sagrada se divisa un cartel que reza: “Iejí Adoneninu Moreinu Verabeinu Melej Hamashíaj Leolam Vaed” (“Que viva nuestro señor y maestro el Rey Mashíaj por siempre”). Resulta que esta frase no es simplemente una consigna inspiradora, sino que con su recitado se sella cada uno de los servicios en esa sinagoga repitiéndola en voz alta tres veces amén de durante las comidas sabáticas. Se le pide tanto a los turistas como a los mochileros israelíes que repitan esta frase para que “el Rebe, el Rey Mashíaj, se revele ante nosotros muy pronto”. Actualmente, no sólo los Batei Jabad se han tornado un fenómeno común y difundido, sino que también han surgido un sinnúmero de Batei Jabad a los que podríamos llamar “piratas”, esto es, no dependientes o directamente vinculados al “Centro de Cuestiones Educativas” que centraliza la actividad de los enviados en todo el mundo. En este novedoso tipo de Beit Jabad se habla abiertamente del Rebe de Lubavitch como el Rey Mashíaj que vive y retornará para revelarse si la generación habrá de ser meritoria de ello. Estos seguidores de Jabad están convencidos de que este es el camino o modo de acción que dictó el Rebe al final de sus días no oponiéndose a que lo llamen Rey Mashíaj amén de haber escrito textos en este sentido tanto insinuantes como directos. Ellos también están convencidos de que todo seguidor de Jabad cree que el Rebe es el Mashíaj y toda la discusión se centra en si ocultarlo para así tener mayor éxito en las labores comunitarias y de difusión o si por el contrario es mejor hablar de estas cuestiones públicamente hasta que la generación lo entienda y se acostumbre a la idea.

Parecería ser que esta creencia o al menos la discusión respecto de si se debe o no publicitar al Rebe como Mashíaj y hasta proclamarlo activamente y en voz alta divide actualmente a la jasidut de Jabad en dos sectores. Me comentaron que incluso en el congreso anual de enviados de Jabad los “meshijistas” no son invitados formalmente por el "Centro de Cuestiones Educativas” y realizan en paralelo un congreso propio en la sede central de la organización que era la casa y academia del Rebe de Lubavitch, también conocida como “770”. Es así como al congreso oficial asisten unos tres mil enviados mientras que al paralelo lo hacen otros mil. Se trata pues, como ya dijera anteriormente, de una fractura o división tanto ideológica como social en el seno de este grupo jasídico. 

Sin ingresar en el tema filosófico que implica esta cuestión, sentí que el público presente al oír las proclamaciones mesiánicas adoptó una actitud de perplejidad y hasta un tanto cínica sin lograr conectarse con el aspecto mesiánico del Rebe a pesar de los ingentes esfuerzos de los anfitriones.

De todas maneras, a pesar de la división mencionada, tanto el Beit Jabad de Nueva Delhi como los del resto de la India son un símbolo y un emblema de unidad judía. Me resulta difícil transmitir lo mucho que me emocioné al contemplar al público que acudió al rezo de Kabalat Shabat y a la comida sabática en el Beit Jabad. Todo el pueblo judío estaba representado en las cuarenta personas que se hallaban sentadas a la mesa. Estaban Tomer, que es un egresado de una unidad de elite del ejército de Israel y paseaba tras concluir su servicio militar; Shimón, que es un hombre de negocios judeo canadiense; Azríel, que es un miembro de la comunidad Beit Israel de Mumbay; Efraím y esposa, una pareja de israelíes sesentones de origen yemenita que se encontraban de paseo; Ionatán, un joven perteneciente al grupo de los Bnei Menashé de la Provincia de Manipur en el este de la India que vino a Delhi para acompañar a sus padres en camino a Israel donde habrán de radicarse. Encontré allí también a Ayelet, una joven de la localidad de Hertzlía Pituaj que sentía necesitar un poco de oxígeno de la situación en Israel y vino a pasear seis meses a la India; Natán y Aviva, una pareja religiosa en viaje de luna de miel tras haberse casado recientemente; el Sr. Turgeman, un judío marroquí proveniente de Francia; Avi, un judío de unos cincuenta años que vino para sumarse por unos días al paseo de mochilero del su hijo; muchachos y muchachas religiosos de Beit El, Ofrá y Gush Etzión que se encuentran en un viaje de auto búsqueda y por qué no de búsqueda de pareja… De esta forma, se reunieron judíos seculares y religiosos, de Israel y de la diáspora, ashkenazíes, sefaradíes y descendientes de otras diversas comunidades, jóvenes y personas mayores. Todos reunidos, al decirse “Shabat Shalom”, se unieron unos a otros y pasaron a sentirse como sola familia, un solo pueblo, gracias a la India y a la hospitalidad de Beit Jabad. 

De acuerdo con diferentes datos y encuestas, en todo momento se encuentran en la India y en el Oriente unos cincuenta a sesenta mil israelíes paseando, lo cual hace surgir una y otra vez la pregunta del porqué de tan masivo fenómeno. ¿Qué hay de especial en la India? ¿Qué les enseña ese país? ¿Qué hace del Shabat en la India una experiencia tan especial que deja una marca tan indeleble en las personas? 

Sin lugar a duda, la India es una experiencia removedora para aquellas personas que logran realmente penetrar el mundo hindú y no quedarse meramente en el rol de turista extranjero que visita. En un encuentro que mantuve con un Baba hindú en Pushkar, en medio de nuestra conversación le tomé unas fotos y contemplé nuestro encuentro a través del lente de la cámara ante lo cual el anciano súbitamente me increpó y me dijo: “deja de tomar fotos, deja de ser turista, conéctate a la India, a las personas, a las leyendas y a la realidad”. Fue entonces que entendí que uno debe sentir la India y conectarse a ella para vivenciarla de un modo directo y no mediante lentes fotográficos. 

Creo que la India es un universo de combinaciones y opuestos, donde se conjugan lo sagrado y lo profano, templos junto a suciedad y pestilencia, fantasía y fábulas con realidad; tierra de múltiples colores y aromas, de torbellinos de sensaciones y frescura, sabores simples y picantes, creencias espirituales y paganismo, infinidad de dioses y santuarios que se encuentran en cada rincón  y pertenecen a un sinfín de denominaciones religiosas tales como la hindú, la budista, la sikh y la musulmana todas mezcladas entre sí.

En la India se combinan el bullicio de sus calles con el silencio interior, el dominio privado ingresa al dominio público y éste último se transforma en el primero. El bien, el mal, el paraíso y el infierno allí conviven. En la India se ven interminables muchedumbres en el seno de las cuales se encuentran numerosos discapacitados e innumerables discapacidades, sanos y enfermos coexisten conjuntamente, transeúntes junto a personas que se arrastran sobre sus vientres y otros que van en carretas. El sano y el enfermo son parte de una misma realidad, personas tristes lloran junto a personas felices y sonrientes, la vida y la muerte participan juntas de una misma realidad, la cremación de los muertos se realiza junto a ollas que preparan comida para los vivos, pobreza junto a belleza, lo diferente se transforma en parte del todo. 

Creo que las personas visitan el oriente del mundo no solamente en virtud del clima o de los precios bajos, sino que el viaje a esas latitudes suele ir acompañado de un plano profundo y significativo de búsqueda espiritual, de procura de un mundo diferente, de afán de autodescubrimiento y conexión con el Yo interior. Se trata del intento de entablar un diálogo interior que no puede tener lugar en el mundo occidental en general y en el propio hogar en particular. Sorprendentemente, vemos que quienes emprenden viaje al oriente más que un simple desplazamiento geográfico lo que procuran es una travesía espiritual, un viaje en la búsqueda de las raíces propias, de las fibras más íntimas del alma. Se trata de un paseo que viene a satisfacer una necesidad metafísica más que necesidades físicas de descanso o recreación. 

Empero, creo que por encima de todas las cosas, quienes viajan al oriente lo hacen en la búsqueda de conocer un “mundo al revés”, un mundo que esté impulsado por una cultura y unos valores totalmente diferentes a los de la cultura occidental en la cual nos criamos y según la cual actuamos desde la mañana hasta la noche siendo o no conscientes de ello. 

El encuentro con la India, un mundo de valores diferentes, origen de las doctrinas hinduista y budista, ofrece una vivencia especial que invita a la reflexión, a veces por efecto de la atracción y otras en virtud del rechazo que esta produce. Las diferencias y las brechas existentes entre Oriente y Occidente generan una situación de "mundo al revés". El viaje a la India y al oriente no es únicamente de índole geográfica sino una travesía singular de auto búsqueda en procura de nuevos códigos de vida que muchos de los jóvenes querrían adoptar. Por ello, el enfoque paternalista que argumenta: "¿para qué viajar al oriente si aquí junto a la casa se encuentra todo?" no es necesariamente cierto. Solamente quien recorre grandes distancias y sale rumbo a una travesía personal podrá sentir la diferencia abismal y profunda que existe entre las culturas y los valores para de esa forma descubrir el tesoro que se encuentra en el propio hogar.